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Mariola Vargas, la alcaldesa que confunde el Pleno con su cortijo particular

Collado Villalba vuelve a ser el escenario de un vodevil político que, de no ser por sus consecuencias en la vida institucional, rozaría la comedia absurda. El PSOE pedirá la reprobación de Mariola Vargas, la regidora que parece haber hecho del Ayuntamiento su feudo personal, donde la democracia es un estorbo y el debate, un enemigo a erradicar.

El detonante de esta nueva muestra de autoritarismo fue la expulsión de dos concejales por parte de la regidora, que purgó a su antojo a dos rivales políticos. La señora Vargas, ejerciendo de presidenta del Pleno como quien agita un cetro de poder absoluto, decidió silenciar y echar del recinto a dos concejales que, osaron desafiar la narrativa oficial del PP local. Al parecer, en la Villalba de Vargas, cuestionar es sinónimo de subversión.

El concejal de Urbanismo, Adan Martínez, insinuó vínculos turbios entre un edil socialista y el club Unión Baloncesto Villalba, un intento de difamación tan burdo como recurrente. La respuesta del portavoz socialista fue clara: si continúan las calumnias, habrá acciones legales. Pero eso fue suficiente para que Vargas, en un arrebato digno de los mejores manuales del despotismo, le retirara la palabra y, posteriormente, ordenara su expulsión. Nada nuevo bajo el sol de un PP que confunde mayoría con impunidad.

¿Es esta la cuarta moción de reprobación en diez años? Efectivamente. Y no porque la oposición tenga una afición particular por el simbolismo, sino porque Mariola Vargas parece empeñada en acumular más reprobaciones que logros. La alcaldesa, fiel a su estilo prepotente y manipulador, gestiona los plenos como si fueran tertulias de barra de bar, donde los suyos pueden aplaudir, murmurar y faltar al respeto impunemente, mientras a la oposición se le aplica un reglamento de disciplina marcial.

No es solo una cuestión de formas, sino de fondo. La degradación institucional es palpable: un Ayuntamiento donde la crítica es castigada y el debate, amordazado. Donde se permite que un concejal del PP califique a sus rivales de «partido de la corrupción, la cocaína y las prostitutas» sin consecuencia alguna, pero se expulsa a quienes exigen respeto y transparencia.

¿Pedir disculpas a los vecinos? Andrés Villa lo hizo, consciente de que la política debería ser un ejemplo, no un circo. Pero no hay disculpas para Vargas, la autoproclamada dueña del Pleno, que retuerce las normas democráticas hasta hacerlas irreconocibles. La pregunta ya no es si debe ser reprobada, sino cómo ha logrado permanecer tanto tiempo en un cargo para el que, evidentemente, carece de la más mínima vocación democrática.

Mientras tanto, Collado Villalba observa cómo su Ayuntamiento se convierte en un teatro del absurdo, donde la alcaldesa dirige la obra a golpe de veto y censura, creyendo que la democracia es un lujo que puede permitirse ignorar. Pero la democracia, aunque ella lo olvide, tiene memoria. Y paciencia.

Un comentario

  1. Anónimo Anónimo

    Esta tía es la reina del chiringuito, en el bar La Esquina ni la aguantan. Si calla a los demás, ke la callen a ella. ¡FUERA ESA DICTATORA DE PACOTILLA!

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